Mientras la gran mayoría de ciudadanos coincide en señalar como culpables del actual caos de movilidad a políticos de ‘memorables’ alcaldías, otros no dudan en acusar de malvados a ingenieros de la vieja guardia por destruir la ciudad en su intento miope de resolver todo problema de movilidad únicamente a partir de la construcción de más infraestructura vial. No obstante, causa curiosidad ver cómo, a pesar de tratarse de un tema de ciudad, pocas veces arquitectos y urbanistas son llamados a rendir cuentas por su complicidad en la consolidación y permanencia de un modelo de movilidad como el actual que, dado su fomento del reinado del automóvil, lleva asociada una alta pérdida de vidas humanas por concepto de accidentalidad.
Si arquitectos y urbanistas tienen el honroso papel de participar en el equipo de profesionales encargado de pensar y hacer ciudad ¿Será que mientras estos fungen de adalides de la ciudad, en realidad han sido cómplices, por acción o por omisión, del modelo de movilidad imperante que genera tantos impactos negativos en nuestras ciudades? ¿En qué medida sus decisiones han limitado nuestro derecho a una ciudad con una movilidad más sostenible, segura y humana?
La ciudad basada en una extensa red de autopistas que permite una mayor libertad al ciudadano y una mejor funcionalidad no es más que otro de tantos caducos paradigmas que deben empezar a ser transformados. Las experiencias internacionales han demostrado a nivel empírico que tal promesa de libertad y funcionalidad no es más que una quimera, pues llegan a su fin cuando nos enfrentamos a horas y horas de congestión.
Esta ‘visionaria’ idea de la ciudad como reino del automóvil fue fuertemente promovida en Norte América en los años cincuenta por una dupla invencible conformada por el sector público y la industria automotriz, y materializada por ingenieros especializados en transporte e infraestructura que abordaron la problemática de la movilidad desde una perspectiva muy reducida.
Lo cierto es que dicho modelo ya había sido fuertemente apoyado desde los años veinte por un selecto grupo de arquitectos y urbanistas. Le Corbusier, para muchos una de las deidades de la arquitectura y el urbanismo, si bien nos deja un brillante trabajo en el mundo de la arquitectura, en el campo del urbanismo no hizo otra cosa que apoyar dicho delirio por las autopistas, eso sí, con un discurso más sofisticado pero igual de errático. Hasta su muerte pregonó que en la ciudad moderna las rápidas autopistas y el uso extensivo del automóvil serían el sistema circulatorio que permitiría crear mejores ciudades. Casi un siglo después, a pesar de las claras evidencias del errático planteamiento, no son pocos los arquitectos y urbanistas formados en la época dorada de las autopistas que aún siguen de manera acrítica las bases del llamado ‘Urbanismo Moderno’ planteadas en la Carta de Atenas en 1942, un manifiesto urbanístico redactado a partir del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna CIAM de 1933.
En Colombia algunas iniciativas vienen siendo emprendidas para promover un cambio de paradigma de ciudad y de movilidad, uno en el cual el automóvil no sea el rey de la ciudad sino que dicho lugar privilegiado lo ocupe la gente. Ello implica que el fomento de sistemas de transporte más eficientes como el transporte público optimizado y los modos no motorizados (peatón y bicicleta) debe ser una prioridad en nuestra agenda de ciudad.
En esta línea de trabajo, la Corporación Fondo de Prevención Vial realizó el pasado mes de abril su Primera Jornada Universitaria de Seguridad Vial para Arquitectos, en la cual durante dos semanas se impartieron conferencias en 10 facultades de arquitectura del país, para mostrar a mas de 2.000 de los futuros profesionales el crucial papel que pueden jugar en la promoción de un modelo de ciudad que nos permita apostarle a una movilidad más sostenible, segura y humana. Un interesante llamado de atención en el cual nos recuerdan que muchas de las 5.410 víctimas mortales de accidentes de tránsito ocurridos en nuestras ciudades en 2011 han sido la clara consecuencia de un concepto de ciudad y de un modelo de movilidad que debe ser replanteado.
Ciudades en las que se entienda el valor de la movilidad para la gente y no sólo para el automóvil, que se asuma la importancia de una oferta de infraestructura vial más racional y coherente tanto para transporte motorizado como no motorizado, y se le apuesta a una movilidad más sostenible en la cual los sistemas de transporte masivo de alta calidad, confort y seguridad tengan prioridad sobre el automóvil, son parte fundamental de los grandes retos de los futuros profesionales de la arquitectura y urbanismo de nuestro país.
Carlos Alberto González GuzmánMayo 10, 2012
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Publicado: Revista Dinero
Edición Digital, Sección, Opinión. Colombia, Mayo 10 de 2012
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