Ahora sí nos vamos dando cuenta de que si los ciudadanos no le apostamos al sistema masivo MIO(1), este un día puede entrar en quiebra; entonces quedaremos resignados a andar en los trastos de siempre, mientras en Medellín tienen Metroplus y en Bogotá Transmilenio.
Palabras más, palabras menos, este era el reclamo de un indignado forista en días pasados en un periódico local de Cali ante la noticia de que ETM S.A., una de las cuatro empresas operadoras del sistema de transporte masivo MIO, suspendía seis rutas debido a una aguda crisis financiera. Lo que nadie atinó a comentarle a este preocupado ciudadano, es que se trata de un síntoma común de los múltiples azares técnicos y financieros que están afrontando estos sistemas en todo el país, Bogotá y Medellín incluidos. (2)
No vale la pena caer en la vacua discusión que algunos quieren fomentar sobre si estos sistemas, conocidos como Bus Rapid Transit (BRT) en el argot técnico, son una mejor alternativa al caótico transporte público que dominó nuestras ciudades durante décadas. Sobreoferta, congestión, contaminación, accidentalidad, irrespeto al usuario, explotación laboral al conductor, son sólo algunos de los atributos de la llamada “guerra del centavo”, esa que por años ha engrosado el bolsillo del gremio de los transportadores tradicionales. Sí, no cabe ninguna duda, los sistemas BRT son una mejor alternativa a lo que teníamos antes. Quien afirme lo contrario intenta pescar en río revuelto o le contaron un cuento chino y se lo creyó.
Ahora bien, el problema es que el buen funcionamiento de estos sistemas depende de un adecuado modelo de implementación, operación y financiación, temas que de momento muestran grandes debilidades, mientras la calidad del servicio decae y el descontento de los usuarios crece. La baja capacidad de gestión de las administraciones locales y la cultura tramposa de una parte del gremio de transporte público que insiste en hacerle conejo a los Sistemas Integrados de Transporte Público (SITP) parecen ser dos de los principales factores para tal crisis. Aunque, eso sí, hay muchos más.
El caso del sistema MIO de Cali retrata muy bien dicha situación. Una larga tradición de alcaldías de mala recordación, empresas operadoras jugando a dos bandas (queriendo ser simultáneamente parte del sistema MIO y del transporte público tradicional) y un persistente desequilibrio financiero del sistema dan buena cuenta de ello. No obstante, Cali insiste en su objetivo de ser el primer caso en Colombia y uno de los pocos en América Latina en el que la eliminación de la guerra del centavo se logra atacando su estructura interna, es decir, desde una transformación profunda del modelo empresarial y de gestión del transporte público colectivo.
Ofrecer de manera integrada diversas tipologías y servicios de transporte público (líneas troncales, pre-troncales y alimentadoras) que cubran el total de la ciudad, una tarifa realmente integrada que de manera fácil permita transbordos con el pago de un solo tiquete, y poner toda la oferta de transporte público bajo la sombrilla de un único ente gestor y con una flota de buses completamente renovada, deben ser tareas obligadas de toda ciudad que quiera avanzar hacia un transporte público de calidad. Cali ha desarrollado de manera ejemplar e innovadora las dos primeras, incluso todavía hay en Bogotá quien se pregunta cómo es que en Cali todo eso es posible desde hace años y usando una única tarjeta mientras en la capital del país todavía toca lidiar con dos. La tercera tarea, la más complicada, es justamente el compromiso que asumió la actual Alcaldía de Cali en septiembre del año pasado, tarea que debería finiquitarse en cuestión de meses, pero desde entonces las presiones han llegado a límites tan absurdos que incluso se han presentado amenazas de muerte al Secretario de Tránsito y Transporte.
Actualmente, dicho proceso de transformación se está estancando por múltiples motivos.
Primero, los problemas financieros acumulados por los operadores que les impide adquirir la flota que requiere el sistema para crecer, problemas originados, en parte, por administraciones anteriores que los hicieron adquirir la flota y luego retrasaron el inicio de operaciones generándoles grandes pérdidas económicas.
Segundo, la viveza de algunos operadores al mantener parte de su antigua flota del transporte público tradicional rodando en las calles, quienes sólo ahora se dan cuenta de que ellos mismos se hicieron la zancadilla, y su desinterés por acordar con los pequeños propietarios un precio justo para la salida de circulación de los buses y busetas restantes.
Tercero, una bien orquestada campaña en contra del sistema MIO, liderada por un reducto del gremio de transportadores tradicionales resistentes al cambio y unos cuantos políticos que juegan al abogado del diablo.
Mientras tanto, el transporte público tradicional aún en servicio y el transporte pirata absorben parte de la demanda que a esta fecha debería estar cubriendo el MIO, generándole a este un fuerte desequilibrio financiero en el que todavía el recaudo no da para cubrir los costos de operación. No cabe duda de que si esta situación se prolonga en el tiempo un triste desenlace está asegurado.
Tanto la actual Alcaldía como Metrocali, ente gestor del sistema, están haciendo enormes esfuerzos para lograr un modelo integrado de transporte público de calidad para los caleños, pero estos esfuerzos resultan insuficientes ante el cúmulo de desaciertos heredados de anteriores administraciones.
Para salir adelante se requerirá de una efectiva gestión de Metrocali para concertar con los operadores el cumplimiento de los contratos y proteger así el servicio a los usuarios, y un acompañamiento del Gobierno Nacional a través del Ministerio de Transporte para que en el corto plazo el sistema masivo MIO cubra el 100% de la demanda de transporte público, aspecto este fundamental para lograr un equilibrio financiero y ofrecer el servicio que los ciudadanos merecen.
Así, el caso de Cali cobra interés nacional no sólo porque ha decidido tomar al toro por los cuernos, sino porque si el modelo sale exitoso marcará una ruta a seguir en otras ciudades. Pero si no es así, si fracasa, tendremos otras cuantas décadas de resignación sometidos a la lógica de la guerra del centavo, algo desde cualquier punto de vista inaceptable.
Carlos Alberto González GuzmánFebrero 4, 2013
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Publicado: Revista Semana
Edición Digital, Sección Opinión Online. Colombia, Febrero 4 de 2013
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