Unas cuantas décadas han pasado ya desde que los primeros proyectos de vivienda de interés social hicieron su aparición en el escenario urbano de nuestras ciudades, y esas mismas décadas son las que delatan la incapacidad de las administraciones públicas de proponer modelos alternativos de provisión de vivienda para las familias de menores ingresos, que sean capaces de trascender a la todavía burda y generalizada idea de “dar un techo a los más pobres”, como si se tratara sólo de un techo y nada más.
Algunos se estarán preguntando a qué aspecto negativo de tan bondadosa política de vivienda estoy haciendo referencia, en momentos en los que en Colombia se desarrollan cada vez más proyectos de vivienda de interés social y se hace un esfuerzo por reducir su déficit, inquietud que no resulta sorprendente dada la histórica miopía que nuestra sociedad ha decidido perpetuar, unas veces por obra y otras por omisión, frente a temas de equidad, segregación y exclusión no sólo social, sino en este caso también espacial.
No han sido pocos los estudios que han demostrado cómo en diversas capitales de América Latina los proyectos de vivienda de interés social se han ido desarrollando en zonas cada vez mas periféricas de la ciudad, orientadas por la dirección que señala la cada vez menos invisible mano del mercado, para la cual la existencia de un suelo barato en las afueras de la ciudad, con una precaria accesibilidad y en ocasiones con dudosas características geotécnicas, es sinónimo de oportunidad para el desarrollo de un conjunto de vivienda de interés social.
Apenas unos minutos después de que el político de turno corta la cinta en el acto de inauguración, la espiral de degradación del barrio hace su -todavía para muchos miopes- inexplicable aparición.
El pintoresco barrio de casitas homogéneas se convierte pronto en un monstruo de mil cabezas con las múltiples reformas, ampliaciones y ocupaciones que evidencian físicamente la carencia de un espacio acorde al tamaño de las familias y la ausencia completa de un control urbanístico, lo cual ocurre mientras los escasos y mal dotados espacios públicos se convierten en territorios exclusivos de un grupo de personajes con particular interés por fumarse a la madre tierra mientras se entrenan como amigos de lo ajeno, y así la inseguridad hace su llegada al barrio y con ella la percepción de los vecinos de su casa como el lugar seguro, y de la calle y el parque como el lejano oeste en el que solo sobrevive el más fuerte.
Los problemas de transporte, sea por carencia o por su informalidad, no se hacen esperar y esto sumado al hecho de que resulta difícil escapar a los designios del tercermundista modelo matemático en el cual el número de estratificación social del vecino que puedo encontrar a una distancia caminable de treinta minutos será siempre menor o igual que el propio, hace que los nuevos residentes comiencen a intuir su condición de marginalidad. Finalmente, los propietarios que han tenido alguna opción de mejorar su ingreso familiar, terminan por abandonar el barrio y con ello se pierde el capital humano que podría contribuir a contener la intensificación de la espiral.
Cuántas veces el político de turno no ha tardado en declarar: “así son los pobres, se les da un techo donde vivir y terminan de nuevo viviendo mal”, a lo que muchos de los miopes han asentido con la cabeza, sin siquiera ponerse las gafas que por fin les dejaría ver que una cosa es “dar a los pobres un techo” y otra muy diferente es proveerlos de una vivienda digna que materialice su condición de ciudadanos y fomente su integración efectiva a la dinámica de la ciudad.
Es momento de explorar modelos alternativos para una política de vivienda de protección pública con un verdadero interés en el aspecto social, en la cual potenciemos nuevos desarrollos pero esta vez al interior del perímetro urbano, bien sea a través de proyectos de renovación urbana por re-densificación de lo existente, o de una vez por todas, por el desarrollo de los terrenos que los especuladores han preferido mantener inactivos durante tantos años esperando a que un amigo suyo llegue a concejal.
Así, este panorama marcado por una severa segregación socio-espacial de los proyectos de vivienda de interés social, que acelera cada vez mas su espiral de degradación, hace necesaria una apuesta decidida por el fomento de la diversidad, no sólo en lo que respecta a los usos del suelo y las actividades urbanas aportando así dinamismo a la economía local del barrio y el sector de la ciudad, sino diversidad también en el contexto social, mediante el desarrollo de proyectos urbanísticos que hagan una oferta combinada de vivienda de libre mercado y vivienda de protección pública.
Pongámonos las gafas y asumamos una actitud crítica frente al hecho de que desde las mesas de planificación municipal se continúe gestando eso que sin temor a exagerar, podemos denominar tristemente como los guetos de la vivienda del des-interés social.
Carlos Alberto González GuzmánAbril 17, 2008
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Publicado: Revista SemanaEdición Digital, Sección de Opinión. Colombia, Abril 17 de 2008.+ Enlace al artículo de opinión